Luis Pedro España
Usted puede tener el nivel de pobreza que quiera según el criterio que establezca. Por argumentar al absurdo, puede que para algunos ciudadanos el hecho de que una familia no haya ido de vacaciones al exterior y permanecido allí por más de quince días sea un claro indicador de que se encuentra en estado de necesidad o, al menos, sus ingresos solo alcanzan para vivir.
De acuerdo con ese criterio, 95% de los venezolanos serían pobres. Ahora bien, si le parece que este parámetro es muy exagerado, entonces podría considerar que se está en la pobreza cuando la vida está comprometida por la malnutrición.
Bajo ese criterio, en poco menos de 150.000 hogares se han registrado decesos por causas asociadas a la mala alimentación en menores de cinco años, con lo que tendríamos que los hogares en pobreza serían menos de 3%.
Lo anterior es un ejemplo de cómo, según el parámetro tomado en cuenta, el indicador social de la pobreza puede variar entre 0 y 100 según la conveniencia de cada quien. Claro que hay métodos y convencionalismos académicos, pero estos también pueden ser "retocados".
Como se entenderá, si usted utiliza la canasta del Cendas (que ronda los 2.300 bolívares fuertes para junio de este año) para calcular el número de hogares en necesidad le va a dar una cifra muy diferente a la que calcula el INE, cuya línea de pobreza se encuentra por debajo de los Bs.F. 1.000.
El público en general pediría un criterio único para saber cómo van las cosas y los organismos encargados de la planificación y el seguimiento de las políticas públicas suponemos que también.
Sin embargo, una vez que convertimos en propaganda oficial o de oposición a la información social, puede que nadie esté muy interesado en saber por qué se mejoró entre 2004 y 2007, o por qué empeoró, como todo parece indicar a partir de 2008.
El criterio único, la verdadera cifra oficial a la cual podríamos acceder para saber cuál es el nivel de satisfacción de necesidades, es aquel que el país construye a partir de un consenso técnico plural, el cual debería definir métodos y criterios de medición.
De lo contrario, seguiremos en este certamen de cifras, todas ellas bajo sospecha del contrario.
El asunto es particularmente importante para los años que han seguido al boom de ingresos.
Más allá de lo que dice el sector oficial, que no oculta su exagerado sesgo porque el retrato sea siempre favorable aunque para ello haya que hacerse el loco con la cara fea de las estadísticas que se recopilan, la estratificación social del país empeoró en 2008 para mejorar y estabilizarse en 2009 al nivel registrado en 2007.
Veamos las cifras. Todos conocemos las estadísticas oficiales. Calculando el bienestar social desde el punto de vista de los ingresos para los primeros semestres de 2007 a 2009, la pobreza en hogares pasó de 27,5% a 26,4%.
Este resultado se basa en la línea de pobreza del INE, la cual se ha incrementado en 22,7%, 36,7% y 12,8% para los mismos tres años.
Independientemente del valor absoluto de la canasta, llama la atención que mientras históricamente ella variaba entre 3 y 6 puntos porcentuales por debajo del precio de los alimentos en general, en 2008 y 2009 la diferencia entre la canasta del INE y la de los alimentos que registra el BCV haya sido de 13 y 12 puntos, es decir, dos o tres veces más barata que su comparación histórica.
Solo con fines de verificación, cuando se ajustan los indicadores de pobreza, según las variaciones de precios del BCV y no las del INE, en 2007 la pobreza sería de 42,8%, habría pasado a más de 46% en 2008, para luego regresar a 42% en 2009. No tenemos cifras para 2010, pero como ya se ha señalado en otros trabajos, la inflación se parece más a la que tuvimos en 2008 que a la registrada en 2009, con lo cual cabe esperar que la estabilización lograda en 2009 retroceda este año.
Según la forma como en el Iies-Ucab estratificamos al país, y utilizando la data de la Encuesta de Hogares del INE, que dicho sea de paso los resultados son muy similares cuando tomamos las bases nuestras, lo que prueba que el problema con las estadísticas oficiales no es lo que se muestra, sino lo que se deja de mostrar, la pobreza se ha mantenido entre 48% y 43%, los grupos sociales altos y medios en 18% y 15%, mientras que 34% de hogares venezolanos constituye el país popular que satisface todas sus necesidades pero de manera modesta.
Aun en plena recesión el impacto social no parece tan severo. De alguna manera, el choque social se ha tratado de atenuar manteniendo un relativo flujo de divisas y gasto público con base en la utilización de reservas y un agresivo endeudamiento. Pero la receta puede que solo haya alcanzado hasta el año pasado.
Este 2010, cuando todos pronostican una caída del producto que puede llegar a 6% y una continuidad en la precaria oferta laboral, es muy probable que se acentúe el deterioro social.
Ante la ausencia de una política social anticíclica que efectivamente contenga los efectos nocivos que tiene la recesión en las decisiones económicas de los hogares populares y pobres, la situación no va a ser otra sino el deterioro de lo que se había ganado entre 2004 y 2007, aunque sin que tengamos una reversión de todo lo que fue la mejora, gracias al segundo boom petrolero más importante de nuestra historia.
No nos vamos a cansar de repetir que el modelo ensayado hasta ahora sigue mostrando signos de inviabilidad. Las salidas de corto plazo no abonan para el futuro más que la continuidad de un esquema petrolero que utiliza al mercado como su principal mecanismo de distribución, según unas políticas económicas especializadas en crear mampuestos cada vez que explota un desequilibrio en los precios y en los balances fiscales o de divisas.
La única forma de revertir esta precaria estabilidad o inestable equilibrio (según como se quiera llamar) es apostando a un salto productivo que tome en cuenta todas las formas de producción junto a un encaramiento definitivo de los males sociales que nos impiden ser productivos y que alcanzan a casi la mitad del país.
Pero para acometer esta tarea hay que liberarse de los engaños propagandísticos de las cifras, declaraciones, ocultamientos e interpretaciones interesadas.
Usted puede tener el nivel de pobreza que quiera según el criterio que establezca. Por argumentar al absurdo, puede que para algunos ciudadanos el hecho de que una familia no haya ido de vacaciones al exterior y permanecido allí por más de quince días sea un claro indicador de que se encuentra en estado de necesidad o, al menos, sus ingresos solo alcanzan para vivir.
De acuerdo con ese criterio, 95% de los venezolanos serían pobres. Ahora bien, si le parece que este parámetro es muy exagerado, entonces podría considerar que se está en la pobreza cuando la vida está comprometida por la malnutrición.
Bajo ese criterio, en poco menos de 150.000 hogares se han registrado decesos por causas asociadas a la mala alimentación en menores de cinco años, con lo que tendríamos que los hogares en pobreza serían menos de 3%.
Lo anterior es un ejemplo de cómo, según el parámetro tomado en cuenta, el indicador social de la pobreza puede variar entre 0 y 100 según la conveniencia de cada quien. Claro que hay métodos y convencionalismos académicos, pero estos también pueden ser "retocados".
Como se entenderá, si usted utiliza la canasta del Cendas (que ronda los 2.300 bolívares fuertes para junio de este año) para calcular el número de hogares en necesidad le va a dar una cifra muy diferente a la que calcula el INE, cuya línea de pobreza se encuentra por debajo de los Bs.F. 1.000.
El público en general pediría un criterio único para saber cómo van las cosas y los organismos encargados de la planificación y el seguimiento de las políticas públicas suponemos que también.
Sin embargo, una vez que convertimos en propaganda oficial o de oposición a la información social, puede que nadie esté muy interesado en saber por qué se mejoró entre 2004 y 2007, o por qué empeoró, como todo parece indicar a partir de 2008.
El criterio único, la verdadera cifra oficial a la cual podríamos acceder para saber cuál es el nivel de satisfacción de necesidades, es aquel que el país construye a partir de un consenso técnico plural, el cual debería definir métodos y criterios de medición.
De lo contrario, seguiremos en este certamen de cifras, todas ellas bajo sospecha del contrario.
El asunto es particularmente importante para los años que han seguido al boom de ingresos.
Más allá de lo que dice el sector oficial, que no oculta su exagerado sesgo porque el retrato sea siempre favorable aunque para ello haya que hacerse el loco con la cara fea de las estadísticas que se recopilan, la estratificación social del país empeoró en 2008 para mejorar y estabilizarse en 2009 al nivel registrado en 2007.
Veamos las cifras. Todos conocemos las estadísticas oficiales. Calculando el bienestar social desde el punto de vista de los ingresos para los primeros semestres de 2007 a 2009, la pobreza en hogares pasó de 27,5% a 26,4%.
Este resultado se basa en la línea de pobreza del INE, la cual se ha incrementado en 22,7%, 36,7% y 12,8% para los mismos tres años.
Independientemente del valor absoluto de la canasta, llama la atención que mientras históricamente ella variaba entre 3 y 6 puntos porcentuales por debajo del precio de los alimentos en general, en 2008 y 2009 la diferencia entre la canasta del INE y la de los alimentos que registra el BCV haya sido de 13 y 12 puntos, es decir, dos o tres veces más barata que su comparación histórica.
Solo con fines de verificación, cuando se ajustan los indicadores de pobreza, según las variaciones de precios del BCV y no las del INE, en 2007 la pobreza sería de 42,8%, habría pasado a más de 46% en 2008, para luego regresar a 42% en 2009. No tenemos cifras para 2010, pero como ya se ha señalado en otros trabajos, la inflación se parece más a la que tuvimos en 2008 que a la registrada en 2009, con lo cual cabe esperar que la estabilización lograda en 2009 retroceda este año.
Según la forma como en el Iies-Ucab estratificamos al país, y utilizando la data de la Encuesta de Hogares del INE, que dicho sea de paso los resultados son muy similares cuando tomamos las bases nuestras, lo que prueba que el problema con las estadísticas oficiales no es lo que se muestra, sino lo que se deja de mostrar, la pobreza se ha mantenido entre 48% y 43%, los grupos sociales altos y medios en 18% y 15%, mientras que 34% de hogares venezolanos constituye el país popular que satisface todas sus necesidades pero de manera modesta.
Aun en plena recesión el impacto social no parece tan severo. De alguna manera, el choque social se ha tratado de atenuar manteniendo un relativo flujo de divisas y gasto público con base en la utilización de reservas y un agresivo endeudamiento. Pero la receta puede que solo haya alcanzado hasta el año pasado.
Este 2010, cuando todos pronostican una caída del producto que puede llegar a 6% y una continuidad en la precaria oferta laboral, es muy probable que se acentúe el deterioro social.
Ante la ausencia de una política social anticíclica que efectivamente contenga los efectos nocivos que tiene la recesión en las decisiones económicas de los hogares populares y pobres, la situación no va a ser otra sino el deterioro de lo que se había ganado entre 2004 y 2007, aunque sin que tengamos una reversión de todo lo que fue la mejora, gracias al segundo boom petrolero más importante de nuestra historia.
No nos vamos a cansar de repetir que el modelo ensayado hasta ahora sigue mostrando signos de inviabilidad. Las salidas de corto plazo no abonan para el futuro más que la continuidad de un esquema petrolero que utiliza al mercado como su principal mecanismo de distribución, según unas políticas económicas especializadas en crear mampuestos cada vez que explota un desequilibrio en los precios y en los balances fiscales o de divisas.
La única forma de revertir esta precaria estabilidad o inestable equilibrio (según como se quiera llamar) es apostando a un salto productivo que tome en cuenta todas las formas de producción junto a un encaramiento definitivo de los males sociales que nos impiden ser productivos y que alcanzan a casi la mitad del país.
Pero para acometer esta tarea hay que liberarse de los engaños propagandísticos de las cifras, declaraciones, ocultamientos e interpretaciones interesadas.